King!

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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Un Eterno Niño / An Eternal Child


Llegó la Navidad, y es que este día es más que especial ya que recordamos el nacimiento de nuestro salvador ‘Jesús’. Haciendo "un pequeño espacio" a mi día quiero compartir con ustedes un extracto muy conmovedor y un poco triste del libro “You Are Not Alone Michael: A Través De Los Ojos De Un Hermano por Jermaine Jackson” recuerda momentos vividos al lado con el ‘pequeño’ Michael.


EL COMIENZO.  LOS PRIMEROS AÑOS


CAPÍTULO UNO: Un Eterno Niño 

Michael estaba a mi lado, con los codos en el alféizar y el mentón apoyado en sus manos. Yo tenía unos 8 años y él cerca de 4. Mirábamos caer la nieve a través de la oscuridad por la ventana de nuestro dormitorio en Navidad. Las casas de los alrededores estaban profusamente decoradas con luces brillantes, árboles y un Santa Claus.

Observábamos todo esto con asombro desde una casa en la que no había ni árbol, ni luces. Nada.

Sentíamos que era la única casa de Gary sin decoración navideña, pero nuestra madre nos aseguró que otros Testigos de Jehová tampoco decoraban las suyas porque no celebraban la Navidad.

Desde nuestra ventana veíamos a los niños jugar en la calle con sus nuevos juguetes, sus nuevas bicis o con sus trineos deslizándose en la nieve. Nosotros solo podíamos imaginar lo que era conocer la alegría que veíamos en sus caras. Michael y yo jugábamos nuestro propio juego en la ventana: Buscábamos un copo de nieve a la luz de la calle y le seguíamos el rastro hasta ver cuál era el primero en estrellarse. Esa noche debimos ver docenas de ellos hasta quedarnos tranquilos. 


Michael parecía triste, y yo sentía la misma tristeza. Entonces empezó a cantar:

 Jingle bells, jingle bells, jingle all the way
 Oh what fun it is to ride
 In a one-horse open sleigh…”

Ese es mi primer recuerdo de su voz, un sonido angelical. Cantaba en voz baja para que nuestra madre no pudiera oírle. Yo me uní a él y cantamos, Silent Night y Little Drummer Boy”. Mientras cantábamos, la sonrisa de Michael era de pura alegría, pero sabíamos que era una sensación pasajera fingiendo que participábamos en esas fiestas y a la mañana siguiente sería como otro día cualquiera. He leído muchas veces que a Michael no le gustaba la Navidad, basándose en la falta de celebración, pero no es verdad. No lo es desde el momento en que mirando a la casa de enfrente cuando tenía solo cuatro años dijo: “Cuando sea mayor tendré luces, muchas luces. Será Navidad cada día.”

 




Más deprisa, más deprisa! Gritaba Michael. Iba sentado en un carrito de la compra mientras Tito, Marlon y yo le empujábamos por la Avenida 23. Imaginábamos que era un tren. Encontramos dos o tres carros abandonados del supermercado Giants, tres bloques más abajo. Michael era el “conductor” y se encargaba de hacer los efectos de sonido.

Le volvían loco las locomotoras y trenes de juguete Lionel. Cada vez que íbamos con mamá a comprar ropas a Salvation Army, siempre subía a la sección de juguetes para ver si alguien había donado un tren Lionel de segunda mano. De modo que en su imaginación los carros de la compra se habían convertido en vagones y la Avenida 23 en la vía por la que pasaban. El juego se acabó cuando la Avenida 23 se convirtió en una calle sin salida.

Si Michael no estaba en la calle jugando a los trenes estaba en nuestra habitación jugando con su apreciada máquina Lionel. Nuestros padres no podían permitirse comprarle un juego completo de trenes, por lo que tenerlo fue un sueño para él muy anterior al de actuar.

Cuando nos aburrimos de los trenes, construimos coches de carreras con cajas, ruedas de coches de bebé y madera de una chatarrería. Tito empujaba a Marlon y yo a Michael. “Corre, corre, corre!!”, gritaba Michael. Empujábamos los coches calle abajo hasta que acababan destrozados con las ruedas disparadas cada una por su lado, Michael tirado por el suelo y yo riendo sin parar.

El tiovivo de la escuela era otra de nuestras atracciones. “Más rápido, más rápido!!”, gritaba Michael, riendo con fuerza, se montaba a horcajadas como si fuera a caballo, dando vueltas y vueltas, con los ojos cerrados y el viento en la cara.

Todos soñábamos con conducir un tren, coches de carreras y dar vueltas en un carrusel de verdad en Disney.

Cada mañana, como un ritual, camino de la escuela parábamos en la puerta del señor Long para gastar de dos a cinco céntimos en caramelos y chucherías. A Michael le encantaban los caramelos y para él era un ritual cada mañana que le alegraba el resto del día. Cómo conseguíamos el dinero para comprarlos es una larga historia que contaré más tarde.


Cada uno escondía su pequeña bolsa de papel marrón llena de caramelos como si fuera oro. La mía siempre la descubrían, Michael escondía la suya muy bien porque nunca la descubrí. Cuando le recordaba esto ya de adultos, se reía disimuladamente, cloqueando y riendo nerviosamente; así es como le recuerdo su risa, entre tímida y cohibida.

A Michael le encantaba jugar a las tiendas, apilaba unos libros y ponía encima una tabla para hacer un mostrador. Esta “tienda” la colocaba en la entrada del dormitorio o en la litera más baja, con él de rodillas detrás, esperando que le compraran algo. Solíamos comprar entre nosotros cambiando chucherías del señor Long o pagando con un níquel encontrado en la calle.

Pero Michael estaba destinado a ser un artista, no un experto hombre de negocios. Algo obvio cuando un día nuestro padre le preguntó por qué llegaba tarde del colegio.

“Fui a por unos caramelos”, dijo Michael

“¿Cuánto pagaste por ellos?”

“Cinco céntavos.”

“¿Por cuánto vas a venderlos?”

“Cinco céntavos”

Joseph le sacudió en la cabeza, “No los vendas por el mismo precio por el que los compraste!”

Típico de Michael: siempre justo, nunca lo suficientemente duro, “¿Por qué no puedo darlos por cinco céntavos?” dijo perdido en su lógica y enfadado por el inmerecido cachete. Lo dejé murmurando y apilando sus caramelos mientras seguramente seguía jugando a las tiendas en su imaginación.

Días después, Joseph le encontró en el patio ofreciendo caramelos a unos niños a través de la valla, niños menos afortunados que nosotros que le conmovían. Joseph le preguntó por cuanto los había vendido y Michael le contestó:

“No los vendí. Se los regalé.”

 


Más de veinte años más tarde, visité a Michael en su rancho, en Neverland. Había invertido su tiempo y su dinero en convertir esos acres de terreno en un parque temático y toda la familia fuimos a verlo. Neverland siempre se ha presentado como una extraña creación de una “imaginación salvaje” con el amor por Disney como única inspiración. La verdad es mucho más profunda y eso es algo que supe inmediatamente cuando vi con mis propios ojos lo que había creado.

Los recuerdos de la infancia volvieron a revivir en un enorme flashback: Luces blancas de Navidad dibujando los senderos, los caminos, los árboles, el contorno y los canales del tejado de la casa estilo Tudor. Se aseguró de que fuera “Navidad cada día.”

Una locomotora de vapor circulaba entre las tiendas y el cine, y un tren en miniatura recorría toda la propiedad, hasta el zoo. En la casa principal, en la sala de juegos, había un antiguo tren Lionel siempre en marcha: dos o tres vagones con las luces encendidas, circulando por un paisaje de colinas, valles, ciudades y cascadas. Tanto dentro como fuera de la casa, Michael había construido los mayores trenes eléctricos que se pueda imaginar.

En el exterior, una pista de coches de carreras y un precioso carrusel con caballos hermosamente ornamentados. Había también una tienda de caramelos, donde todo era gratuito, y un árbol de Navidad encendido todo el año. Michael dijo en 2003 que había construido Neverland para crear todo aquello que nunca tuvo de niño. Pero también para recrear lo que le divirtió por un corto espacio de tiempo. Él se llamaba a sí mismo un “fanático de la fantasía” y esta fue su eterna fantasía.

No se trataba de alguien que se negara a crecer, sino de alguien que nunca se sintió un niño. De Michael se esperaba que se comportara como un adulto cuando era un niño, y regresó a la niñez cuando se hizo adulto. Era más un Benjamín Button que un Peter Pan.





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