King!

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lunes, 3 de agosto de 2015

MJ cantó "Master Blaster" con Stevie Wonder en el Madison Square Garden (1980) / MJ sang "Master Blaster" with Stevie Wonder at Madison Square Garden (1980)



Esta histroria es contada por Gil Scott-Heron en su biografía. ¿Quién fue Gil Scott-Heron? Era poeta y músico, principalmente conocido a finales de la década del 1960 y principio de los años 1970 por sus actuaciones de poesía cantada y hablada, relacionada con los activistas afroamericanos.



Extracto de la biografía de Gil Scott-Heron: "The Last Holiday: A Memoir"

Por 1980, ya había tocado mucho en el Madison Square Garden. De haber seguido viviendo en New York, podía haber bostezado una o dos veces en mi segunda noche allí con Stevie. Los neoyorkinos tienen una coraza de chulería y no prestan atención al Garden, el Empire State Building, y hasta al Estatua de la Libertad.

De hecho hay millones de neoyorkinos que nunca han visitado estos sitios y sólo saben que el Garden está cerda de Times Square y que allí se juega al baloncesto.

Sólo los fans de la música más cultos mencionan que el Madison Square Garden es también un local de conciertos. (...)

Debí haber perdido por entonces mi actitud de estadiofobia. Ya habíamos hecho siete conciertos sin esos ecos que nunca mueren, el "efecto hangar". (...)

Había una razón ventajosa innegable sobre tocar en un local como el Madison Square Garden. Hay, en ciertos momentos, una energía que se genera que convierte el concierto en un evento, que convierte una actuación de interior en un festival al aire libre, con un aura de celebración. Ese era el rumor especial, un tarareo inaudible de excitación y energía que vibraba a través de cada uno de los asistentes. (...)

Junto a las luces de Broadway y las avenidas atascadas de tráfico, existían otros mundos; mundos de magia y música y milagros. Y esta noche ese iba a ser el mundo de Michael Jackson.

Otro Jackson. Lo que yo necesitaba.

Miles de fans que fantaseaban con ser como Mike, o simplemente les gustaba Mike, tendrían un espectáculo especial esa noche porque el Príncipe del Pop estaba en el local y se rumoreaba que y se rumorea que estaba moviendo sus miembros casi líquidos en algún palco privado mientras yo acababa mi actuación. Cuando cerramos el concierto se unió a Stevie y a mí. He visto a distintos artistas unirse a nosotros en el escenario desde Houston a Hollywood. No podías prever la siguiente sorpresa que Stevie regalaría a su público a lo largo de nuestra gira por USA y Canadá. Se había convertido en una rutina para los músicos y los trabajadores y casi no prestaban atención ya a los finales, pero el rumor de Michael Jackson provocó escalofríos entre ambos, jefes y trabajadores.

Yo estaba contento al ver a todos contentos. Desde los representantes de la gira de Dick Griffey’s Concerts West hasta algunos venerables de la jerarquía del Madison Square Garden, había una neurosis notable y se sentía el ruido en el local durante esa velada.

Yo había estado con Michael y un par de sus hermanos antes, pero no puedo decir que le conociera o si él me recordaría. Le admiraba, por supuesto, ya que no hay forma de no admirar a un artista que había vendido tantos discos como hamburguesas había vendido el McDonalds. Había sido invitado de Greg Phillinganes una calurosa tarde en un estudio de Los Ángeles donde los Jacksons se habían reagrupado para grabar un disco. Michael era uno de los pocos fenómenos que quedaban cuando llegué y Greg nos presentó brevemente. Me gustó aquello, sobre todo conocerles en persona. No había sido tan eléctrico como conocer a Quincy Jones o Miles Davis, pero no puedo olvidar que así ocurrió. ¿Pero qué sabía yo? Sólo que este jovencito, con el pelo cayendo sobre un ojo y una voz tan suave y tranquila que tus oídos tenían que estirarse para recogerla, era la realeza de la industria musical.

(...) Haber tenido encuentros casuales con artistas fuera del trabajo no me había preparado para cómo la electricidad se podía elevar, cómo podía crecer el nivel de excitación en un concierto cuando Michael Jackson se unió a nosotros cuando la banda se metió en el ritmo reggae de “Master Blaster.” Subió el voltaje.

Suelo intentar contar a la gente lo especial que fue Michael Jackson, porque creo que no lo saben. Porque ni yo lo sé. Pensaba que lo sabía, hasta que salió a cantar “Master Blaster” en el Madison Square Garden.

Stevie avisó al técnico que para que mantuviera la base rítmica y con una amplia sonrisa recibió a su “invitado especial” alguien que no necesitaba introducción. Miré tras de mi cuando él se acercó con tres pasos, pausó el ritmo, y se quedó allí más tieso y más alto, convirtiéndose en un ser sólido como si pasara de ser niebla a ser hombre. No se ve eso muchas veces.

No salió simplemente al escenario. Se solidificó según entró. Un truco de iluminación. Se deslizó a mi lado hacia el cañón de luz. Hubo una subida de energía desde el público que elevó el sonido del local de estéreo a cuadrafónico e incluso la temperatura pareció subir cuando él tocó el perímetro de la foto de la luz. Y las sospechas del público se confirmaron al reconocerle, el rumor se convirtió un rugido activo. El volumen de los altavoces se había superado y la sonrisa de Stevie se había ampliado más mientras tocaba las palmas contra su pecho y esperaba el turno, luego abrió la canción y el rugido del público se ​​deslizó hacia el ruido del trueno de nuevo.

Cuando llegó el estribillo y fue como una gran carga aterrizando sobre espuma: “Didn’t know you would be jammin’ until the break of dawn...” Michael y yo comenzamos con el ritmo y en la misma nota de armonía, pero tan suavemente como había llegado flotando desde las sombras hasta mi sitio su voz saltó a la siguiente armonía donde parecía acabar con nuestra colisión y sentirse como en casa, dos notas por encima de la escala.

Tras otro coro conmigo sujetando el micro para Mike me cuenta de lo preparado que estaba para hacer esto y lo poco preparado que estaba yo para hacerlo con él.

Conocía la canción. Toda ella. La letra, los cambios, y todas las partes armónicas. Demonios, yo no hice bien mi parte hasta que la gira llegó a Hartford. Esta noche me sentí como un maniquí de metro ochenta sujetando la base de un cono de helado gigantesco, congelado en posición de extender mi brazo entre nosotros, intentando captar las voces de nosotros dos. Me sentí como intentando coger agua con un atrapamariposas. Estaba dispuesto a quedarme allí clavado y sujetar el soporte del micrófono. Michael podía haberlo hecho, pero incluso estando parado parecía fluir en todas direcciones. Sin otro pensamiento agarré el micro y lo llevé hacia las sombras de nuestro lado del escenario.

En esencia pude ver dos maravillas a la vez. De cerca: a un sonriente Stevie en el centro del escenario tras su teclado con la cabeza ligeramente inclinada en lo que debía ser mi dirección; y deslizándose dentro y fuera del círculo de luz que normalmente me indica donde debo estar y viendo a este joven, arqueándose con un equilibrio imposible, retorciendo el tempo de la canción a su alrededor como un cordón que se enrolla en una peonza. Y luego a la inversa, girando como un patinador de hielo sin esqueleto. La simetría era perfecta porque se quedó quieto como una estatua cuando comenzó de nuevo el verso y volvió Stevie. Miré adelante y pensé que todavía tenía treinta conciertos más para intentar eso, hacerlo como Mike. Posiblemente no.

Fuente: mjhideout 
 

Aquí un video de Steve Wonder cantando solo "Master Blaster" en vivo


  
Nota: Lamentablemente no hay video, audio e imagen de esta presentación.

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¡¡Gracias por leer!! Espero que hayas disfrutado de este post.


CAPÍTULO FINAL: Lecciones de Vida / FINAL CHAPTER: Life Lessons



LOS AÑOS INTERMEDIOS


LA ÉPOCA DE HAYVENHURST

CAPÍTULO OCHO: Lecciones de Vida

  
Cuando Michael vio la piscina con los dos delfines en el fondo, no tuvo ninguna duda: Hayvenhurst era su casa soñada –y la habíamos obtenido gracias a la música. Fue en mayo de 1971 cuando nos instalamos en Encino, un suburbio de Los Ángeles en el Valle de San Fernando. En principio era una casa de una sola planta que después Michael remodeló. Su anterior propietario era Earle Hagen, un compositor de música para televisión, por eso la casa contaba con su propio estudio, además de seis dormitorios, piscina, pista de baloncesto y unos 8.000 m2 de terreno. Podíamos nadar en la piscina hasta el atardecer y sentarnos a desayunar en el patio rodeados de naranjos y limoneros. Por primera vez teníamos espacio, éramos 13 personas con las adiciones de Jack Richardson y Johnny Jackson.

La nueva casa era un signo de que estábamos ganando dinero y cada uno recibíamos una paga de cinco dólares a la semana. Michael los gastaba en material de dibujo. También desarrolló una gran fascinación por los trucos de magia. Cuanto más se sorprendía nuestra madre -mientras convertía un paraguas en un ramo de flores y hacía desaparecer una moneda de su mano- más feliz estaba él. 


A pesar de nuestra nueva fortuna, nuestros padres no nos malcriaron nunca. Todavía teníamos tareas. Si alguien nos hubiera visitado cualquier fin de semana, se habría encontrado a Tito y a mí pasando la aspiradora y lavando, a Michael, Randy y a Janet limpiando las ventanas y a Jackie y a La Toya fregando el suelo y recogiendo hojas del jardín.
***

Michael recibió algunas amenazas de muerte, no recuerdo los detalles pero eso fue suficiente para cambiarnos a la escuela privada. No queríamos tentar a la suerte, especialmente después de que una de las Supremes, Cindy Birdsong, fuera atacada y secuestrada en su casa el mismo año en que nos mudamos a California. Tal vez por eso llegaron a casa Lobo y Heavy, dos perros pastores alemanes. Lobo gruñía de tal modo que cada periodista que visitaba la casa lo mencionaba en su entrevista.


  
Tito, Marlon, Michael y yo asistíamos a la escuela Walton en Panorama City. Su actitud liberal nos permitía faltar cuando era necesario salir de gira y nos trataban igual que a los demás. Michael incluso tuvo que hacer una audición para la obra que se representó en el colegio, Guys and Dolls.

Un día estábamos en la puerta del colegio cuando vimos aparecer un coche fúnebre. Un muchacho alto, guapo y con un afro todavía más impresionante que los nuestros salió del coche junto a una persona mayor, creo que su madre, discutiendo que no quería quedarse allí. Entonces se dio la vuelta y vio a Tito. “Espera… ¿todos ustedes están en esta escuela?”

“Sí, todos menos Jackie,” dijo Tito.

Nunca he visto a un chico que cambiara más rápido del enfado a la sonrisa. Antes de darnos cuenta, John McClain, el hijo del director de la funeraria, estaba despidiendo a su madre y pensando que había llegado a la escuela más guay del mundo. Desde entonces se convirtió en amigo nuestro y compartía sus aficiones musicales tocando con Tito, su fascinación por Motown y su lado travieso con Michael. Cuando los dos estaban juntos, el problema era doble.

Una tarde estaba con ellos en el patio de la escuela cuando vi a ese chico, George, en los columpios, a unos 50 metros de donde estábamos. “Te apuesto a que no le lanzas este melocotón a la cabeza y le das!” dijo Michael, retándome y olvidándose de mi puntería.

“¿Cuánto?”

“Dos dólares.”

Hora de jugar. Me dio el melocotón, ajusté mi puntería y… BOOM!

Michael daba saltos arriba y abajo y salió corriendo mientras George se preguntaba quién y qué le habría golpeado.

Pero su mayor broma fue cuando decidieron darle una lección a Sean, un chico algo impertinente. John, sin duda aplicando sus conocimientos en el tema funerario, cavó un agujero en el patio del colegio de poco más de un metro de profundidad. No tengo idea de cómo hicieron para llevarle hasta allí pero Sean –rubio y con un corte de pelo a lo Beatles- acabó de rodillas en el agujero mientras Michael y John lo enterraban lanzándole tierra con los pies hasta el pecho. Entonces salió una profesora.

“¿Quién hizo esto? ¡Sáquenlo de ahí ahora mismo!”

Esa fue una de las pocas ocasiones en que escuché a una maestra estas palabras: “¡Estoy sorprendida contigo, Michael Jackson!”

Michael siempre estaba pegado a mí fuera de las clases, como el pegamento. Una vez que pensé que me lo había conseguido despegar, desaparecí con una chica en el cuarto oscuro de la clase de fotografía. Estábamos allí con la puerta cerrada y a punto de besarnos cuando… “TE PILLÉ, TE PILLÉ!” Gritó Michael súbitamente.

Causó tal escándalo que llegó una profesora a ver qué pasaba y mientras yo trataba de explicarle qué hacía allí, escuché a Michael riendo mientras se iba a toda prisa.

En otra ocasión, estaba yo con una chica en mi habitación del hotel. La cosa se estaba poniendo seria, besándonos y acariciándonos de una forma que yo no creía posible. “Me encanta cómo me acaricias los muslos…” decía… [“Yo no estoy acariciándote los muslos.”] Me las arreglé para echar un rápido vistazo debajo de la cama y fue cuando vi el brazo de Michael saliendo y haciendo círculos con la mano en el muslo de ella.

“¡¡MICHAEL!!”, salté. La chica abochornada y Michael riendo y gateando ya hasta la puerta.
Me negué a hablar con él aquella noche. Cuando apagamos las luces y me dijo buenas noches, no le contesté. Esperó unos minutos en la oscuridad y entonces hicimos las paces. “¡Tenía unos muslos muy suaves!”, dijo. Y los dos estallamos en risas.



***

Cuando actuamos en el Coliseum de Memphis estábamos muy contentos porque eso significaba que no solo íbamos a reunirnos con Rebbie, sino también con su hija, nuestra nueva sobrina, Stacee, de 10 meses de edad entonces. Rebbie condujo desde Kentucky durante la noche hasta nuestro hotel y pidió una cuna para ponerla en la habitación de al lado. Nadie estaba más contento que Michael cuando llegó nuestra hermana mayor y se comportó como el más cariñoso de los tíos. Pasó más tiempo que nadie con Stacee haciéndole reír con muecas. De hecho, no sé quién entretenía más a quién mientras andaban a gatas de un lado a otro. Les dejamos a los dos solos mientras nos fuimos con Rebbie a la habitación de al lado cuando, después de una hora, nos preguntamos, “¿Está Michael todavía ahí?”

Rebbie fue a mirar. Un segundo después se asomó a la puerta, con un dedo en los labios haciendo señales para que nos acercáramos sin hacer ruido y vimos la escena más linda y divertida –Michael se había subido a la cuna, se había acurrucado junto a Stacee y se habían quedado los dos dormidos. Era una imagen angelical. Michael tenía entonces 13 años y ya entonces su empatía, amabilidad y conexión con los niños era siempre una parte intrínseca e inocente de él.

Fuente: aquí

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Deseas leer otra vez los extractos del libro YOU ARE NOT ALONE. MICHAEL: A TRAVÉS DE LOS OJOS DE UN HERMANO por Jermaine Jackson, aquí los ocho capítulos: